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miércoles, 9 de abril de 2014

CUENTOS PARA LOS MINIFAUSTIS

UN CUENTO: "EL PROBLEMA DE ALBERT"


Este cuento ha sido escrito por nuestra amiga Mariló Jiménez, que muy gustosamente nos ha permitido publicarlo en nuestro blog.
Mariló es además autora de varios relatos, cuentos, microrelatos, etc.
Desde LosFaustis os animamos a que os adentréis en su blog "CUENTOS DESDE MI RINCÓN" y leais sus historias tan fabulosas. Aquí os dejo una de ellas, este cuento:
 
El problema de Albert
       Albert se encontraba terminando los deberes bajo la atenta supervisión de su madre que le acompañaba mientras planchaba. Cuando terminó le enseñó el cuaderno.

—¡Date prisa, mamá! —dijo dando golpes con la punta del pie en el suelo al ver que su madre soltaba la plancha y cogía la libreta con mucha tranquilidad.
—¡Déjame ver! —le miró muy seria—. Albert, como tengas mal lo ejercicios los repites y sin protestar porque te va dar igual. —¡Jo que pesada!, ya lo sé. Lo he comprobado y están bien. Ella pasó las hojas y se fijó en los resultados de los problemas, encerrados entre rectángulos rojos.  —De acuerdo, ahora no tengo mucho tiempo. Confiaré en tu palabra. Coge el bocadillo, lo tienes en la encimera. —¿Me puedo ir ya? He quedado en el parque con mis amigos.La mujer, que había vuelto a la plancha, afirmó en silencio mientras echaba un vistazo al programa de cotilleos de la tele. Albert corrió a la cocina, abrió el bocadillo y miró que había dentro. —¡Mamá! ¿otra vez mortadela? ¡Te dije que de nocilla! —Metió la mano en el bolsillo, sacó la peonza y salió disparado por el pasillo —. ¡Me voy vuelvo a las ocho! Cuando ya tenía un pie en la puerta escuchó de nuevo a su madre. —¡Albert, ven aquí! Sonó a orden y el niño dio una patada en el suelo.

—¿Qué quieres? —dijo entrando en el comedor.

Vio a su madre que señalaba la cartera en el suelo y los libros desparramado sobre la mesa.

—¿Crees que ese es el sitio de dejar las cosas?

—¡Jo, mamá, me esperan y ya voy tarde! ¿No lo puedo recoger luego, ¿porfa, porfa…?

 —¡No, ahora! No haberte entretenido tanto para hacer cuatro problemas.
Albert, rezongando, metió todo en la mochila, corrió hasta su cuarto y la dejó tirada en medio de la habitación. Iba a cerrar la puerta cuando un papel enrollado sobre la cama, llamó su atención. Le dio un mordisco al bocadillo y se acercó.

—Se parece a los mapas de los tesoros de las pelis.

Se sentó, soltó el bocadillo encima del edredón y fue desenrollando el pergamino. Un montón de lo que parecían letras aparecieron ante sus ojos. Lo miró de arriba abajo sin entender nada.
—¡Bah! Debe ser la publi de un nuevo videojuego. Después veo de que va —dijo cogiendo el panecillo.

Oyó un carraspeo que provenía del lugar donde se encontraba la mesilla de noche. Albert bajó despacio el pergamino que le ocultaba la cara y solo sus ojos quedaron visibles. Al principio no vio nada, pero un movimiento encima del mueble centró su mirada.

 
—No te molestes ya te digo lo que pone: “El portador de este pergamino debe acompañar al firmante del mismo a la tierra de Pradolín donde tendrá que responder a la pregunta formulada por los saurones y restaurar el orden…Bla, bla, bla… Si lo consigue tendrá una gran recompensa y viviará rico para el resto…Bla, bla, bla… Si se niega, su vida será difícil y todas las penalidades recaerán sobre él y su familia…Bla, bla, bla… Ya sabes, las condiciones de siempre. No hay tiempo para la letra pequeña, mejor la lees después de firmar.

El que pronunciaba tales palabras era una figura del tamaño de un palillo de dientes que se encontraba apoyado en el despertador con una gran pluma de pavo real en una mano, que le triplicaba el tamaño. Era de color morado, tenía una enorme cabeza en forma de esfera, sus cabellos parecían un mocho, los dedos eran ventosas y solo tenía dos. Iba vestido con un mono muy brillante de color plata.

Albert le miró con la boca abierta y el bocadillo resbaló de sus manos.

—Estoy esperando tu respuesta, humano. Debemos ponernos en marcha.

—¿Qué eres? —preguntó por fin, dispuesto a salir corriendo.

—Mejor ¿quién soy? ¿Acaso no has escuchado?

El niño asintió.

—Sí, pero no te entendí.

El hombrecillo de ojos redondos y negros le miró y se armó de una paciencia que no tenía.

—Soy Azauron, el rey, y tenemos un problemilla de insurgencia. Los saurones pradolianos, para que me entiendas, los sabios de mi tierra, después de estudiar las runas y las nubes blancas, dicen que solo tú puedes resolverlo -echó un vistazo a Albert de arriba abajo-. Aunque viéndote, tengo serias dudas de que estén en lo cierto pero, por si acaso, abriré la puerta pentadimensional, te ajustaré la medida para que quepas y nos iremos sin una palabra más.

— No pienso ir.

—No puedes negarte. Acabo de congelar el mundo y hasta que no resolvamos mis asuntos, no volverá todo a la normalidad.

—¡Es mentira! —Albert corrió gritando —¡Mamá, mamá!

Ella se encontraba con la plancha en la mano, sin moverse. Se acercó y la toco. Estaba fría.

El pequeño ser hizo su aparición volando, unas grandes alas multicolores salían de su espalda.

—¿Qué, nos vamos? Tengo prisa. Mañana es mi boda y para entonces todo tiene que estar resuelto. Mi futura esposa tiene muy mal humor y no le gusta que llegue tarde.

Albert bajó la cabeza y asintió. El pergamino y la pluma aparecieron encima de la mesa.

—Firma de una vez. ¡Nunca conocí a nadie tan lento! –resopló Azauron

El niño puso su nombre al final de aquel texto y en menos tiempo del que dura un pestañeo desapareció el pergamino.

—Por cierto, no te lo he dicho, en la parte de atrás vienen las condiciones y ni yo ni mi pueblo nos hacemos responsable de lo que te pueda pasar. Eso equivale a que puedes o no regresar de Pradolín. No debes preocuparte el porcentaje de salvadores que tienen traspiés es muy pequeño.

Azauron tocó uno de los tabiques de la casa y una puerta apareció en ella. Era de tamaño normal, de madera, como cualquier otra.

—Ábrela y pongámonos en camino antes de que el Dean se cargue mi reino, que, por cierto, acabo de heredar. Qué sepas que tú eres mi primera misión.

Albert giró el pomo redondo y apareció un pasillo de baldosas blancas. Un poco desilusionado miró al rey.

—¿Qué esperabas luces de colorines y fuegos artificiales? Eso era antes, les dije a los constructores que, mi puerta pentadimensional, la quería moderna. Uno termina cansado de tanto brillo. ¡Entra!

—No parece tan rara, estuve en un pasillo en el metro que era igual a esto.

—¡No protestes niño y pasa de una vez! –dijo el monarca dándole un empujón.

Albert miró a su madre por última vez y dio un paso al interior del pasadizo. Azauron cerró tras él. A medida que caminaban, la diferencia de estatura entre ambos disminuía. Cuando la salida se acercaba, el chaval se percató de que tenía la misma estatura que su acompañante. No tenía claro si él había encogido o Azauron había crecido.

—No preguntes, no pienso contestarte. Si conocieras todos los secretos de Pradolín tendrías que quedarte.

—¡Jo, no sé qué tengo hacer! ¿Me lo vas a decir?

—Abre la puerta y entonces conocerás el problema.

Albert abrió y asomó la cabeza despacio. Había una enorme ciudad delante de él. Los edificios eran figuras geométricas: Conos, cilindros, esferas y las personas que habían por la calle eran como Azauron.

—¡Vaya, parece mi libro de mates!

—¡Mira que listo, supongo que sabrás algo sobre ellas! Tendrás que usar tus conocimientos para salvar mi reino.

Albert se puso blanco. Pensó que si hubiera sido la Lengua, sería mucho más fácil.
—Pues no, he suspendido los dos trimestre y aún no he hecho el examen de recuperación -dijo avergonzado.

Azauron se paró en seco.

—¿Tú no eres el empollón de la clase?

—No, ese es el otro Albert, el de 6º B, yo soy de 6ºA.

—¿No eres un genio de las matemáticas?—preguntó el monarca

—No, las mates se me dan mal, me gusta la gimnasia y el “cono”.

—¿Qué es el cono? ¿Tal vez una figura geométrica que me indique que sabes algo?

—¡Vaya! ¿Hay una figura que se llama cono? ¡Como mola! No, yo hablo de mi libro de Conocimiento del medio. Me gustan los animales.

—¡Tendré mala suerte!¡Creo que voy a matar a alguien! –gritó el rey— ¡Ven conmigo!

Rápidamente se dirigieron a una construcción con forma de pirámide. En ellas un grupo de personas iguales al rey pero con barbas de colores estaban delante de una pantalla llena de operaciones matemáticas, hablaban a la vez y discutían.

—¡A ver, saurones, todos mirando hacia aquí! –, les apremió Azauron — ¿De quién fue la brillante idea de elegir a este humano? —dijo señalando a Albert —¡Qué alguien me explique quién ha metido la pata!

Uno de los sabios con la barba roja carraspeo y levantó la mano.

—Majestuosa, benefactora y benigna majestad de Pradolín…

—Menos coba y al grano –le cortó el rey.

—Ejem…—continuó el de barba roja –como os iba informado, antes de que me interrumpierais, las piedras mágicas anunciaron que él sería el salvador de nuestro mundo.

—Este Albert no sabe nada sobre las ciencias exactas—dijo enfadado Azauron.

—¿No es Albert Müller?

Todos miraron al niño y él contestó.

—No, yo soy Albert Einstein y ahora debería estar jugando a la peonza con mis amigos. Müller es el empollón de la clase de al lado.

El rey con las manos a la espalda se paseaba de un lado a otro. Unos diez paseos después se paró y les miró.

—No importa se puede solucionar. Le devolvemos y buscamos al otro—les dijo intentando acallar el murmullo que se había creado entre los saurones.

El jefe de todos ellos que llevaba una barba dorada preguntó.

—¿Ha firmado el acuerdo?

—Sí, pero…

—Sin peros, majestad –le interrumpió —si ha firmado no hay marcha atrás. Tendremos que encomendarnos a todas las fuentes y almas antepasadas de nuestros caídos pradolianos y esperar que este imberbe terrícola nos salve.

—De acuerdo, planteadle el problema y ya veremos que ocurre –dijo el rey resignado.

—Sí, tendremos que darnos prisa. Esta noche se plegará el tiempo y desapareceremos, a menos que tengamos la respuesta.

—¡Lo sé, lo sé…! Tal vez el muchacho la sepa.

Mientras discutían, Albert, algo aburrido, se había sentado en el suelo pensativo. Ahora se arrepentía de no haberse comido el bocadillo de mortadela, tenía hambre y no sabía si en aquel lugar habría algo comestible para él. No se fiaba mucho.

Cuando los sabios y el rey terminaron de discutir se acercaron y el niño se levantó presuroso.

—Veamos. Tenemos un problema difícil –dijo uno de los barbudos sabios señalando la pantalla llena de operaciones — si no es resuelto y la solución se coloca en el buzón que hay en el pico de la pirámide, nuestro mundo desaparecerá y tú con él. No podrás volver, ¿lo has entendido?

Albert asintió.

—¿Qué pasará con mi madre si no sé la respuesta? ¿Se quedará congelada? –preguntó angustiado.

-Por ella no te preocupes, tu mundo seguirá girando. Lo único que cambiará será que tú no habrás existido. Tu madre nunca recordará que tuvo un hijo.

El chico se enfadó. ¿Por qué el rey había sido tan torpe? Ahora podría estar jugando y comiéndome el bocadillo y no estaría preocupado porque Müller cargaría con el problema. Además, si desaparecía tanto mejor. Estaba harto de que fuese tan listo.

— ¿Cuál es el problema? Aunque he suspendido mates, algo sé.

—¡El Dean nos asista en esta hora amarga! –, exclamó el sabio que tenía la barba de color verde— aquí no. Reúne a todos en la plaza cuadrangular y terminemos con esto.

—Debes prepararte, tu respuesta tiene que ser clara y tiene que ser exacta –esta vez fue el sabio de barba azul.

Albert se estaba poniendo nervioso por momentos, pero por una vez tendría que esforzarse.

Se reunió una gran cantidad de pradolianos alrededor de la plaza cuadrangular.

—¡Otra vez, como cada 100 siglastros, nuestro mundo está en peligro! –exhortó el saurón de barba dorada— Tal cómo se no exige, traemos a un humano ilustrado en el oscuro arte de los números, que solo dominan los Deanes, para que nos salve como en las anteriores ocasiones. ¡Aquí le tenéis! –, exclamó —se llama Albert Müller, digo Einstein—.Arrastró al niño hasta el centro que se puso nervioso cuando sintió los ojos de todos fijos en él.

Hubo un gran silencio y apareció el rey ante sus súbditos.

—Niño, no vayas a fallar, recuerda que tengo una boda pendiente –le dijo el rey al oído. Después dirigiéndose a todos gritó —¡Qué salga el heraldo y lea el mensaje de los deanes!

Un gracioso hombrecillo vestido de azul con cascabeles en los zapatos y en el gorro hizo su aparición. Traía un pergamino enrollado. Todos guardaron silencio expectantes. El heraldo, después de estirar el papel, carraspeó y leyó:
 
-Este es el enigma que nos envían el Dean del Cielo infinito. Dueño del tiempo.

   Compramos cuarenta peces
   Y solo comemos tres
          El resto lo regalamos
          Para no echarlos a perder
          Si la compra costó cara
          Que ochenta monedas pagué
         ¿Cuántas monedas comimos?
         Y cuántas yo regalé?

—guardó silencio unos segundos y concluyó –He dicho –retirándose a continuación.

Hubo murmullos generales y muchas caras preocupadas. El problema parecía difícil.

Tanto los sabios reunidos en la plaza como el rey miraron a Albert. Este, se encogió de hombros y se acercó a ellos.

—Tengo que pensarlo un momento, yo no soy rápido con las cuentas y además necesito un lápiz, un borrador, una hoja y un sacapuntas.

—¿De dónde sacamos todo eso? -preguntó el rey impaciente.

—Serán instrumentos de su mundo especiales para problemas difíciles –sentenció un sabio —¿No ha traído nada de eso, Majestad?

—No, nadie antes lo había solicitado –dijo irónico Azauron

—Albert, no tenemos y no podemos ir a buscarlo. Tendrás que conformarte con lo que disponemos aquí. La zapirra, la zati y el radorbo que es dónde tienes que presentar tu respuesta. Lo siento chico tendrás que resolverlo sin tus útiles mágicos.

Un par de pajes trajeron una pizarra, una tiza y un borrador. Albert levantó la vista pensando que en ese lugar no eran, precisamente, los más listos del universo.

Todos guardaron silencio mientras el niño, delante de la pizarra, se devanaba los sesos. Por fin una gran sonrisa se dibujó en su rostro y escribió un par de números.

Los sabios se acercaron a mirar que había puesto. Con las prisas uno de ellos le dio un golpe y Albert, a causa del dolor que le había provocado en la frente, cerró los ojos.

Cuando los abrió se encontraba en su habitación en el suelo y tenía un chichón. Se levantó y corrió al comedor para ver a su madre. Ella preparaba la cena.

—Te dormiste y no he querido despertarte -le dijo -hoy te has quedado sin parque-la madre le miró -¿Qué te ha pasado en la frente?
-Creo que me he caído de la cama y me he dado con la mesilla.

Albert no supo si fue un sueño o fue real, aunque en cualquier caso, tanto en el sueño como en la realidad, había salvado a los pradolianos y al mundo. Su respuesta era correcta.

Ahora te formulo una pregunta: ¿Resolviste el enigma y salvaste a Pradolin y su rey?

Fin
 

Si os ha gustado este cuento tanto como a mí, no dejéis de seguir a Mariló J. y a su blog, en donde estoy seguro que nos asombrará con cada historia que publique.




 

5 comentarios:

  1. Estás echa una artista.Me ha encantado, un beso Ascen

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  2. Ascen, guapa. Ahí voy...Una editorial me ha seleccionado un relato y lo ha publicado en un libro...ES poco pero menos da una piedra...¿no? Me ha encantado colaborar con vosotros. Es un proyecto muy bonito y espero que dure muchísimo.Si puedo ayudar, será un placer echar una mano.
    . Un besillo para los tres.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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